Pedro Sánchez inauguró ayer un género preocupante en los discursos de investidura. Rompiendo la costumbre mantenida durante décadas por todos los candidatos a la presidencia del Gobierno, el todavía presidente en funciones dedicó la mayor parte de su turno de palabra a desacreditar al jefe de la oposición y renunció a detallar su programa político para los próximos cuatro años. Su intervención resultó insólita ya que, en lugar de presentarse como el futuro gobernante de todos los españoles, en ningún momento abandonó el tono confrontativo. Como ocurriera al final de la pasada legislatura, oponerse a la oposición ha sido la estrategia elegida por el líder socialista. Una opción posible, pero inédita en una sesión que, según se recoge en el reglamento del Congreso, está concebida para otra cosa. El candidato a la presidencia del Gobierno tardó apenas unos segundos en desvelar su método. Sánchez esperó casi una hora y media para abordar la cuestión de la amnistía, pero nada más tomar la palabra mencionó conjuntamente a Vox y al Partido Popular, formaciones a las que deslegitimó y tildó de antidemocráticas, lo que es tanto como demonizar a millones de españoles. La descalificación de ambos partidos fue la táctica falaz que el presidente proyectó con la forma de un falso dilema. A lo largo de toda la jornada, Pedro Sánchez se destacó como la única opción posible frente a otro gobierno alternativo que, en su lógica, habría de ser tan temible como indeseable. Sánchez se aferra, así, al marco agonístico propio de los populistas que agotan la política en una dialéctica entre amigos y enemigos. Algo que, en España, hasta la fecha, sólo habíamos conocido en Pablo Iglesias, a quien Sánchez emula de forma cada vez más indisimulada y cuya agenda, por cierto, se va cumpliendo punto por punto. El discurso del presidente en funciones fue creciendo en agresividad y llegó a plantear, de forma inquietante, la necesidad de elevar un muro contra todas las fuerzas que pueden suponer una alternativa a su gobierno. A Sánchez no le tembló la voz a la hora de emplear expresiones gravísimas y llegó a afirmar que nos encontramos ante un «dilema existencial», lo que evocó la funesta retórica de otros tiempos. Según su disyunción simplista, en un extremo estaría su coalición de gobierno (con socios explícitamente antiinstitucionales como Junts o ERC, cuyo portavoz habló de ‘lawfare’ y arremetió contra el juez García Castellón) y, en otro, se encontraría una supuesta ola reaccionaria que tendría como objetivo, según dijo literalmente, meter a las mujeres en la cocina. Semejante caricatura no sólo se antoja inverosímil, sino que abona un clima de división y discordia entre españoles. Sánchez cultivó irresponsablemente el miedo a la alternancia política como un recurso emocional con el que legitimar los excesos de su Gobierno y la erosión institucional a la que nos condenan sus pactos. Poco o nada novedoso dijo sobre la amnistía y volvió a servirse del refrán de la necesidad y la virtud para saldar una iniciativa legislativa que ha puesto en guardia a casi todas las instituciones del Estado. La frivolidad con la que el presidente se recreó en la defensa de una medida que puede acabar siendo letal para nuestro Estado de derecho expresa, a las claras, el talante de un hombre que no tiene pudor a la hora de presentarse a sí mismo como el único depositario del progreso, lo que no deja de ser inquietante. El Partido Popular tiene ante sí la enorme responsabilidad de ejercer una oposición firme con el objetivo prioritario de mantener la igualdad entre españoles, el marco constitucional y de reconstruir nuestra amistad civil frente a un Gobierno de evidentes tintes divisivos.
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Author : (abc)
Publish date : 2023-11-15 20:41:53
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