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De figuras, fantasmas e inocentes por la Plaza Mayor

De figuras, fantasmas e inocentes por la Plaza Mayor



Más de 300 años llevamos, madrileños y visitantes, montando los belenes con piezas y musgos que se despachan en los puestos de diciembre. Antes que la Plaza Mayor fueran colas para comerse bocadillos de calamares, la plaza de Santa Cruz acogía las casetas de venta de las figuritas cristianas, pero la demanda fue empujando hasta rodear a Felipe III y hasta hoy. Del antiguo mercado apenas quedan similitudes, pues lo más vendido de entonces solían ser pavos, pollos, gansos, y demás viandas que comerse en Nochebuena. Poco a poco, flores, adornos navideños y motivos religiosos fueron sumándose a figuras del nacimiento o belén, paredes de roca de corcho y miniaturas de portales o castillos de Herodes, favoritos de los niños que miraban con admiración y miedo a los soldados que degollaban a sus iguales en la noche de los Santos Inocentes, día que celebramos hoy para hacer bromas al resto, porque somos así de cachondos. De esta guasa comenzamos también a tener bromas en los estantes de la plaza, aunque poco han evolucionado desde los años ochenta del siglo pasado. Bombas fétidas, pitillos que explotan, el almohadón indiscreto o el paquete de chicles que te agarra el dedo son los más solicitados. También los míticos ‘caganers’, esa figura importada de Cataluña que podemos ahorrarnos su definición y que suele llevar la cara de algún personaje que esté en boca de todos. Hoy arrasa Puigdemont. Árboles de Navidad, musgo, luces y estrellas mágicas, son los artículos más preciados estos días en los que es mejor pasear a la contra del resto, pues los días festivos Madrid se revienta de vecinos de todas las localidades que buscan en el puente que recién termina, iluminarse y al toque, comprar lo necesario para que la Navidad se vista de magia en las casas de cada cual. En los soportales de la Plaza Mayor, los sellos siguen teniendo sus mesas altas, baratijas y latones compiten por cambiar de mano, en La Favorita y Casa Yustas, los sombreros esperan alguna cabeza que abrigar y, aunque sigo sin la edad que requieren, mi colección espera ansiosa que sean dignos de paseo por este Madrid que se supera cada año en estas fiestas. Los churros de San Ginés, el chocolate y el vaso de agua, se despachan a dos mil por hora. Hay quien sigue hasta Casa Mira para comprar al peso los mejores turrones, y de paso, una parada en el Lhardy para tomarse un caldo que sabe a gloria mientras uno recupera fuerzas de este paseo que agota tanto a los pequeños como a sus padres. Hasta 1765, en la Plaza Mayor se ejecutaba a los infieles que señalaba la Inquisición. Por eso, no es de extrañar que, en la calle de la Amargura, como se conoce a la del 7 de julio, algún paseante sienta un frío recorriéndole el cuerpo. Unos dicen que es Cirilo, una persona inocente que se ajustició demasiado pronto, pero tiene la costumbre de aparecerse a altas horas de madrugada, cuando los que vuelven se cruzan con los que van. También se esconde en sus callejones el cura Merino, aquél que intentó asesinar a la Reina Isabel II colándose en el Palacio Real. El corsé la salvó la vida y dice la leyenda que el guerrillero sacerdote se aparece de vez en cuando para incordiar a los visitantes. No hay Madrid sin un trozo de historia, así que, si se quiere disfrutar de un buen domingo sin resaca, no dejen de visitar la Plaza Mayor, su paseo al sol, jueguen por ver qué barquillo les toca y, de paso, si es Navidad como está a punto de suceder, compren una buena figura que llene de ilusión y nervio a los más pequeños. Y recuerden, la Navidad es para los niños, pero también para los que son ya un poco más grandes.



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Author : (abc)

Publish date : 2023-12-09 21:02:30

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