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¿Por qué razón no vemos todos los mismos colores?

¿Por qué razón no vemos todos los mismos colores?



El magenta, el salmón, el fucsia y el coral son colores vivos y cautivadores que forman parte de nuestra paleta cromática . Cada uno de ellos posee su propia identidad visual, evocando distintas asociaciones y sensaciones. Así, por ejemplo, el magenta es un tono brillante que se sitúa entre el púrpura y el rojo, emana energía y sofisticación; el salmón es un tono suave y cálido que transmite calidez y una sensación acogedora; el fucsia es un color intenso y audaz, una fusión entre el rosa y el púrpura que despierta vitalidad y entusiasmo, por último, el coral es un color versátil que se asocia con la vitalidad y el dinamismo. Ahora bien, ¿somos todos capaces de distinguir estos cuatro colores? O, por el contrario, ¿sería posible que no fueran vistos de igual forma por tres personas escogidas al azar? Siete millones de conos Nadie duda que los colores son elementos fundamentales que dan vida y significado a nuestro entorno, constituyendo una parte esencial de nuestra percepción. Además, influyen en nuestras emociones, comportamientos y experiencias. Y es que, desde el resplandor del amanecer hasta el suave atardecer los colores nos rodean y nos ofrecen una riqueza visual incomparable. Los colores, además, nos permiten expresarnos y comunicarnos de manera no verbal. En el arte, la elección cromática influye en la narrativa de la pintura y con ellos somos capaces de transmitir estilos, estados de ánimo y personalidades. Sin nos centramos ahora en el terreno de la fisiología, nuestra visión de los colores comienza con los sensores situados en la retina –los fotorreceptores – que transforman la información de la luz en señales eléctricas que son enviadas al cerebro. Los seres humanos estamos dotados de tres fotorreceptores diferentes, llamados conos, para ver los colores: S, M y L (short, medium y long). El cono S es el que percibe mejor el espectro corto (azules y violetas), el cono L distingue las longitudes largas (naranjas y rojos) y, por último, los conos M están diseñados para captar los colores relacionados en el espectro del verde. La información, finalmente, se combina para crear la paleta cromática. Si ponemos cifras a este universo de colores, se estima que en nuestra retina hay, aproximadamente, unos siete millones de conos, los cuales nos permiten distinguir hasta diez millones de colores diferentes. Si bajamos un peldaño en la complejidad histológica, la llave para ver el inmenso azul del cielo o el verde de nuestro jardín reside en unas moléculas llamadas opsinas, que se encuentran localizadas en los conos. Mucho más que una fracción infinitesimal de luz Las personas daltónicas tienen una debilidad patológica en los fotorreceptores para el verde, de forma que pierden la sensibilidad a los tonos relacionados con este color. En el otro extremo se encuentran las personas que tienen cuatro fotorreceptores en lugar de tres, se las conoce como tetracrómatas y esto significa que son más sensibles al color en la escala situada entre el rojo y el verde. Se calcula que un 50% de las mujeres tienen cuatro conos, en lugar de tres. Por eso son ellas en su mayoría las que describen objetos de color magenta, salmón, fucsia o coral. Quizás, solo quizás, cuando nuestros ancestros eran cazadores-recolectores cada sexo desarrolló unas habilidades cromáticas diferentes para realizar sus actividades. Las mujeres, más dedicadas a labores de recolección, desarrollaron un mejor reconocimiento de objetos estáticos, ya que era muy importante discernir las plantas venenosas de las que no lo eran. Por su parte, ellos, los encargados de la caza, se especializaron en detectar objetos en rápido movimiento. Otro aspecto importante, y que pone de manifiesto por qué no todos detectamos los mismos colores, es que los conos no están solos en la retina, comparten hábitat con los bastones, los cuales nos permiten ver el entorno cuando la luz escasea. Estos fotorreceptores están especializados en el espectro visual comprendido entre el S y el M, lo que se corresponde con los tonos del azul claro o cian. En otras palabras, percibimos de distinta forma los colores según la intensidad de luz que haya en el ambiente. MÁS INFORMACIÓN noticia Si La ‘Bestia del Terror’: descubren un nuevo depredador prehistórico, el mayor del Cámbrico, desconocido hasta ahora noticia Si Una chica de hace 14 milenios y un cenicero de 55.000 años: el pasado al pie de los Pirineos A todo esto, habría que añadir que el cristalino cambia con la edad, volviéndose más opaco a la luz azul, y que la mácula ocular puede entorpecer la visión de los tonos más fríos. Por último, pero no por ello menos importante, habría que añadir a la ecuación de la percepción de los colores el acervo cultural, el cual interviene en la categorización cromática de nuestro entorno.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-01-06 00:52:02

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