En el 711 se produjo un gran cambio histórico en la Península Ibérica sobre el que se ha publicado mucho en los últimos años. Las consecuencias son de sobra conocidas: la entrada de los árabes, la caída del Reino visigodo y la configuración de al-Andalus, con todas las transformaciones económicas, políticas y sociales que conllevó. La mayoría de los investigadores coinciden en que fue una conquista, una irrupción violenta de los musulmanes que dio lugar a un enfrentamiento con los visigodos hasta imponerse en la mayoría de los territorios. Poca gente sabe, sin embrago, que cinco siglos y medio antes de que las tropas bereberes de Táriq derrotaran a Don Rodrigo a principios del siglo VIII, otro temido ejército venido de África se adelantó en el tiempo y a punto estuvo de conquistar Hispania. De haber ocurrido, es probable que España no fuera hoy como la conocemos. Puede que ni siquiera existiría como tal, pero fueron frenados en un episodio prácticamente desconocido en la actualidad. Para contarlo bien, debemos retroceder a la época en que Servio Sulpicio Galba gobernaba la provincia romana de Tarraconense (con capital en la actual Tarragona), antes de convertirse en emperador en la segunda mitad del siglo I d. C. Según el historiador Cayo Suetonio, que escribió su crónica ‘Vidas de los doce césares’ en el año 121, el gobernador se subió al estrado de su tribuna como si fuera a tratar un simple asunto de manumisión, pero se presentó con los retratos de muchos ciudadanos condenados y ejecutados por Nerón en señal de protesta. Los mostró a la multitud y pronunció un terrible alegato contra el emperador y se declaró en rebeldía entre los aplausos y los gritos del pueblo y los soldados, que le saludaron al final de su discurso con el título de ‘Imperator’. Él aseguró que no deseaba el imperio, simplemente ocupar un puesto en el Senado para defender los derechos de su gente. Sin embargo, según Suetonio, no disponía de más tropas que una legión –la VI Legio Victrix– de 6.000 hombres, más dos alas de caballería y tres cohortes de 4.000 soldados más. Era un contingente insuficiente como para intentar arrebatarle el poder al poderoso Nerón. Galba decidió organizar a toda prisa una nueva legión con gente del pueblo, es decir, con plebeyos, indígenas y gente de provincias que estaban agrupados dentro de los ‘peregrinos’, una categoría por debajo de los considerados ‘ciudadanos’. Algunos historiadores creen que a todos ellos se les otorgó la ciudadanía automáticamente nada más enrolarse en su unidad, que fue bautizada como Legión VII Galbiana en homenaje a su fundador. Con ella marchó inmediatamente a Roma para ser coronado emperador después de que el Senado declarara a Nerón «enemigo público». Al emperador no le quedó más remedio que huir con la ayuda de la Guardia Pretoriana, a la que sobornó con una buena cantidad de dinero. Según Suetonio, lo hizo a través de la Vía Salaria, pero se preparó igualmente para suicidarse en el caso de que le fueran a arrestar y juzgar. Unas fuentes dicen que finalmente fue asesinado en el Foro el 9 de junio del año 68, mientras que otras aseguran que fue apuñalado por su secretario, Epafrodito, siguiendo sus órdenes, cuando un soldado romano se aproximaba para capturarle. Sea como fuera, ese día la Legión VII Galbiana quedó fundada oficialmente, justo en el momento en el que Galba recibió las águilas o estandartes del emperador. Poco después, la unidad fue destinada a guardar la frontera en la ribera del Danubio, en Hungría. Allí, en una batalla contra los germanos, murieron seis de sus centurias. Según el relato de Tácito a finales del siglo I, quedó reducida a la mitad. En ese momento y para mantenerla vida, decidió fusionarla con otra que había corrido igual suerte. Fue bautizada como la Legión VII Gemina , en referencia a que estaba constituida por dos legiones hermanas y gemelas. Las constantes y sangrientas victorias que fue obteniendo esta unidad en los dos años siguientes la hicieron merecedora de un segundo apelativo: Félix, por ‘feliz’, en alusión al éxito de sus campañas. La trayectoria de la nueva legión fue tan brillante como las anteriores, por lo que fue trasladada a la por entonces poderosa Hispania en el momento de mayor apogeo del imperio. Hablamos de, posiblemente, la edad dorada de la historia de Roma , marcada por la gigantesca extensión de sus territorios, la estabilidad de sus fronteras y la estrategia defensiva que tuvieron que desplegar para evitar las invasiones extranjeras. ¿Quién sabe cuántos pueblos estarían deseando arrasar con la gran potencia del mundo? Cuando el emperador Vespasiano decidió el traslado de la Legión VII Gemina Felix , esta montó su campamento en el norte de la península en el año 74. Alrededor de ella surgió una población, León, cuyo nombre derivaba precisamente de dicha legión, que regresaba, por lo tanto, a la provincia Tarraconensis en la que había sido fundada tiempo atrás. Allí permaneció hasta el año 170 en que, siendo emperador Marco Aurelio, ocurrió un terrible suceso: los mauros (habitantes del actual norte de Marruecos y parte de Argelia) se sublevaron, arrollaron a la escasa guarnición romana que había en Abyla (Ceuta) y en Tingis (Tánger) y se adueñaron de todo el Magreb. No contentos con eso, cruzaron el estrecho para comenzar la invasión de Hispania. La Península Ibérica había pasado a formar parte del poderoso Imperio el 218 a. C. En un primer momento tuvo solo dos provincias, la Citerior y la Ulterior, pero posteriormente fue dividida en otras como la Gallaecia, la Cartaginense, la Lusitania, la Bética, la Baleárica y la citada Tarraconense. En el momento en que se produjo la invasión desde África en el 170, los romanos ya habían aprendido a aprovechar las posibilidades económicas que ofrecía Hispania, en particular sus explotaciones mineras, que eran propiedad del Estado. En la Cartagonova donde Galba había iniciado su rebelión contra Nerón, por ejemplo, trabajaban 40.000 hombres en la extracción de plata y plomo, con unos beneficios de 25.000 dracmas diarios. Es fácil imaginar el peligro que suponía para Roma perder aquella cuantiosa fuente de financiación a manos de estos africanos, los cuales consiguieron pronto hacerse con el control del sur de la península. Todo el territorio actual de Andalucía permaneció durante tres años dominado por los mauros, hasta que la Legión VII fue enviada desde León para frenar su avance al resto de Hispania y, a ser posible, expulsarlos de ella. En ese momento, la región meridional era muy importante por su gran actividad pesquera y, sobre todo, por los salazones de la costa atlántica andaluza. También destacó por el desarrollo de la esclavitud, que en esa zona alcanzó cotas muy elevadas. Los soldados de la temida Legión VII Gemina Felix tenían a esas alturas un historial brillante de acciones por todo el continente. En las décadas previas había combatido en las guerras dacias de Trajano, en el Danubio; había sido enviada al África Proconsular para luchar contra los Mauri, que amenazaban la estabilidad de las provincias romanas del Magreb, y había colaborado en la construcción del Muro de Adriano, en Britania, por poner varios ejemplos. Sin embargo, su labor fundamental había sido colaborar con la administración imperial de Hispania, para lo cual mantuvo destacamentos en las minas de oro de El Bierzo, Lugo, Salamanca y el Norte de Portugal y se encargó de mantener el orden en las provincias peninsulares. En su enfrentamiento contra los invasores llegados del norte en el 170, consiguieron impedir que tomasen Itálica después de tenerla sitiada durante un tiempo. También salvaron a Sevilla y libraron a la ciudad de Singilia Barba del cruel asedio al que la tenían sometida. «De esta primera invasión marroquí, cinco siglos anterior a la llamada invasión árabe, existen testimonios en los historiadores de la época y en lápidas con inscripciones laudatorias. Spartianus cuenta en su ‘Historia Augusta’ cómo un joven magistrado llamado Septimio Severo, que más tarde sería nombrado emperador, había sido nombrado cuestor de la Bética, pero no pudo tomar posesión de su cargo porque Andalucía estaba ocupada por los moros», cuenta el historiador José María Mena en su libro ‘Curiosidades y leyendas de Barcelona’ (Plaza & Janés, 1990). Tal y como apunta Juan José Palao Vicente en su libro ‘Legio VII Gemina (Pia) Felix. Estudio de una legión romana’ (Universidad Salamanca, 2006), fue la única unidad romana acantonada en Hispania durante todo el período altoimperial. A finales del siglo II adquirió su último nombre, el de Legio VII Gemina Felix Pia , al mostrarse partidaria de Clodio Albino, uno de los cinco emperadores que hubo en el año 193, y después de Septimio Severo, emperador fundador de la dinastía de los Severos. Durante todo ese tiempo su presencia principalmente en León dejó un impresionante legado arquitectónico. Todavía se pueden ver en la ciudad los restos de su muralla campamental, de su foso, de la puerta Principalis Sinistra, del Pretorio y del Principia, así como de algunos barracones y termas a los pies de la Catedral.
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Author : (abc)
Publish date : 2024-09-07 02:39:18
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