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María de la Fe, una jueza que desmonta prejuicios: «Limpié oficinas durante toda la carrera y dos años de la oposición»

María de la Fe, una jueza que desmonta prejuicios: «Limpié oficinas durante toda la carrera y dos años de la oposición»



La jueza María de la Fe atiende la llamada telefónica de ABC cuatro minutos antes de las nueve de la noche del miércoles. Acaba de entrar en casa después de una jornada que comenzó a las ocho de la mañana en su juzgado, el de instrucción y primera instancia número 6 de Illescas. «Siempre llego al juzgado a esa hora. ¡A ver con qué cara exijo a los funcionarios que estén a su hora si yo llego a las diez! Además, hay algo que no me gusta nada: que me tengan que esperar. Me lleva a los demonios. Prefiero esperar que ser esperada porque me incomoda muchísimo», confiesa la magistrada, miembro de la Sala de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha. Aclara que eso de aparecer por casa de noche, directamente desde el juzgado, es algo excepcional. Explica que se quedó con Fátima, la secretaria judicial (letrada de la Administración de Justicia desde la última reforma), para ir adelantando con los expedientes más retrasados. Son unos cuantos en uno de los partidos judiciales con más trabajo de España, situado en la conflictiva comarca toledana de La Sagra y con unas graves carencias en infraestructuras. Su juzgado ocupa una vivienda baja, inaccesible para personas con movilidad reducida. «¡No sé cuántas veces lo he reclamado! Han venido letrados en sillas de ruedas y no han podido pasar» , lamenta la magistrada, quien se queja también de la conectividad: «Tengo más datos en mi teléfono móvil». A sus 44 años recién cumplidos, María de la Fe Amarillo Vozmediano desmonta prejuicios sobre su profesión cuando habla. «Yo rompo todos los estereotipos y no tengo mucho filtro», adelanta una mujer con trece años en la carrera judicial. «Hay un abandono de los poderes públicos. No interesa su mejora. No somos órgano recaudatorio, por lo que no interesamos», asegura. Nacida en Puertollano, la familia se trasladó a Moguer (Huelva) a los 23 días por motivos laborales del padre, Luis, analista químico de laboratorio. Mientras, la madre, Isabel, se empleaba recogiendo fresas en el campo. Allí residieron hasta que María de la Fe tuvo 13 años, cuando se marcharon a Madrid y luego a un pueblo de Toledo, donde ella continúa viviendo con su hermana. A pesar del tiempo, las dos conservan el acento de su etapa en Andalucía «y se me nota más cuando me cabreo», admite la funcionaria, inflexible con las filtraciones de los casos que instruye. Su primera idea fue estudiar astronomía, embebida por el telescopio que le regaló un tío suyo. Sin embargo, un reportaje en Telemadrid le cambió los planes. «Vi cómo desahuciaban a unos ancianos en la Cañada Real. Él tenía 83 y ella, 79. Los recuerdo muy ancianos, sin hijos ni dinero para irse a otro lugar. Me metí una ‘panzá’ a llorar mientras comía y, en aquel momento, decidí que yo tenía que estudiar algo para ayudar a esas personas. Decidí estudiar Derecho», le brota a aquella adolescente que en el colegio tenía alma de comerciante: partía las piedras por la mitad y las vendía por pesetas. «Lo peor es que me las compraban porque parecían piedras preciosas», reconoce. Por aquel entonces, su madre cuidaba a la hija de un magistrado de la Audiencia Provincial de Madrid, ahora miembro del Tribunal Supremo, y se lo comentó al togado. «Este hombre siempre le preguntaba por mi hermana y por mí. Como yo era muy empollona, estaba muy pendiente. Él le dijo una frase que a mí se me quedó y con ella he tirado toda la vida: ‘Di a Fe que siempre hay alguien por encima que decide, que es el juez’ ». La niña se decantó entonces por letras puras, sin ninguna duda. Siguiendo el consejo del mismo magistrado, al que no ha vuelto a ver, se matriculó en la Universidad Carlos III porque las privadas «estaban descartadas, obviamente». Lo recalca porque ella no viene de una familia pudiente ni de una estirpe de juristas: «Se necesitaba una ayudita económica en casa porque estábamos más en números rojos que verdes y estuve limpiando oficinas durante toda la carrera y los dos años de la oposición». Después de siete años, aprobó para juez al tercer intento. «La primera vez, ni intenté cantar los temas; entré y me salí. Iba a mirar. Y la segunda, me retiré llorando porque uno de los temas que me cayó no me lo sabía». Después de superar un test y dos orales, obtuvo casi 48 puntos de un máximo de 50 y fue la octava de su promoción, compuesta por 232 jueces, «aunque por puntos debería ser la segunda». Tuvo que estudiar 398 temas, «pero más difícil es aprenderte el Código Civil, el Código Penal…». «Con disciplina espartana» , le dedicaba 10 horas diarias, que subieron a 16 cuando se acercaron los exámenes. Su padre, ya fallecido, se convirtió en su mayor apoyo. «Usábamos cartulina para apuntar los artículos del Código Penal y cada día estudiaba tres, además de los temas, claro». A José Ramón Bernácer, juez decano de Toledo, lo tuvo como preparador cuando consiguió la plaza el 25 de mayo de 2011, una fecha pespunteada en su toga y que recuerda como si fuera ayer por todo lo que la rodeó. Cuando terminó el último examen en el Tribunal Supremo, estaba convencida de que había aprobado y, al ver a su padre con la cara descompuesta, a María de la Fe sólo le salió el célebre gesto de la canción ‘Mayonesa’… Lo hizo a la vista de todo el tribunal porque todavía no había abandonado la sala donde se celebraba la prueba. Nadie se lo tuvo en cuenta porque, a los pocos minutos, salió el presidente con una sonrisa y estiró el brazo para dar la mano a María de la Fe. Sin embargo, al ver a su padre llorando, el magistrado dejó de lado a la opositora y dio la enhorabuena al progenitor por el aprobado de su hija. En su primer año en un juzgado, redactando una media de 25-30 sentencias al mes, se dio cuenta de una cosa al leerlas: «¡Fe, qué farragosa eres, tía!» . Se preguntó si la gente entendería lo que escribía y por eso usó a su padre como conejillo de Indias. Al fin y al cabo, al buen hombre le había cantado los temas de la oposición y los artículos del Código Penal, con lo que «tenía su base en Derecho». Luis, que leyó cerca de 250 sentencias, le dijo la verdad a su hija: tenía que intentar escribirlas con un lenguaje llano y accesible para todo el mundo. «La técnica jurídica tiene que seguir estando, pero escribo para que todo el mundo entienda mis sentencias, y todavía se me escapa algún palabro», concluye la magistrada que en su día soñó con mirar las estrellas.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-10-20 17:07:46

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