El Expresionismo alemán es uno de los núcleos más representativos del Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, que cuenta en su colección con cuatro pinturas de Gabriele Münter (1877-1962). Su figura comenzó a redescubrirse tras la II Guerra Mundial, impulsada por el interés renovado en las obras del grupo El Jinete Azul, algunas de las cuales la propia Münter había preservado cuidadosamente en su hogar durante el régimen nazi, cuando estas eran calificadas como ‘arte degenerado’. Tras aquellos años oscuros del Tercer Reich, Münter obtuvo un notable reconocimiento, primero en 1949 con una exposición monográfica que recorrió 22 ciudades alemanas. Al año siguiente, participó en la Bienal de Venecia, y en 1955 formó parte de la primera Documenta de Kassel. A pesar de estos hitos, su lugar en el canon de la vanguardia nunca terminó de consolidarse del todo, y continuó siendo, en gran medida, desconocida para el gran público. Cuando la historiografía feminista de finales de los años setenta analizó las condiciones de invisibilidad de la pintora, encontró una respuesta en la sombra proyectada sobre ella por la inmensa figura de Wassily Kandinsky, su pareja entre 1902 y 1916. Aunque la obra de Münter nunca se orientó decididamente hacia la radicalidad abstracta que caracterizó la de Kandinsky, lo cierto es que Münter fue una voz muy particular dentro de los parámetros de renovación del arte muniqués de principios del siglo XX, compartiendo con sus compañeros de vanguardia no solo el antinaturalismo de base y las formas expresivas que exploraban una ‘vibración interior’, sino también una profunda indagación en las dimensiones antiacadémicas del arte popular y del arte infantil, ámbitos que abordó con originalidad. Tras varias exposiciones dedicadas a poner en valor a creadoras históricamente relegadas, como Rosario de Velasco o Isabel Quintanilla, el Museo Thyssen dirige ahora su atención hacia Münter con una gran retrospectiva que recorre los distintos capítulos de su evolución artística. Uno de los enfoques más novedosos de la muestra se centra en el interés dedicado a su producción fotográfica, particularmente a las imágenes que tomó durante su viaje a Estados Unidos entre 1898 y 1900, cuando contaba poco más de veinte años. Estas fotografías, capturadas c on una de las primeras cámaras portátiles de Kodak , durante mucho tiempo se consideraron simples anécdotas sin una clara conexión con su pintura. La propia Münter siempre se consideró a sí misma una fotógrafa amateur y nunca expuso sus fotos en público. Sin embargo, la exposición revela su dimensión creativa y muestra cómo anticipan algunos de los temas recurrentes en su obra posterior, tales como los paisajes, las vistas urbanas, los interiores domésticos y las escenas de trabajo. La evolución estética de Münter evoluciona desde sus primeros lienzos, apuntes al natural vinculados al impresionismo tardío, hasta finales del verano de 1908, cuando su obra experimentó un cambio decisivo durante su estancia en Murnau, en la Alta Baviera, junto a Marianne von Werefkin, Alexej von Jawlensky y Kandinsky. En este periodo, su pintura dio un giro hacia la simplificación de las formas y una audaz exploración del color, influida tanto por la interacción con sus compañeros como por el descubrimiento de las pinturas populares sobre vidrio típicas de la región. Esta etapa marcó el inicio de su participación en El Jinete Azul, movimiento al que contribuyó de manera significativa hasta 1914, dejando un legado que constituye un capítulo esencial de su trayectoria y el núcleo de esta muestra. Las obras de este periodo destacan por su impactante uso del color y el rigor constructivo de su pincelada, siempre al servicio de composiciones sencillas que eliminan lo anecdótico para privilegiar la fuerza de la imagen. En julio de 1915, tras el estallido de la Primera Guerra Mundial, Münter se trasladó a la neutral Suecia, donde fue reconocida como una destacada figura de la vanguardia internacional. Al regresar a Alemania en 1920, halló su círculo cercano desintegrado. Sin un hogar fijo, profundizó en el dibujo y exploró nuevas corrientes como la Nueva Objetividad. En 1931, su vida itinerante llegó a su fin al establecerse definitivamente en su casa de Murnau. Los paisajes y las calles de la región volvieron a ser protagonistas en su obra, retomando con frecuencia su propia tradición expresionista. Hacia el final de su vida, afectada por problemas de salud que limitaban sus salidas, creó obras tan deslumbrantes como ‘Naturaleza muerta delante de la casa amarilla’ (1953): en ella, pinta un bodegón de flores frente a lo que parece ser un paisaje, pero que en realidad reproduce una de sus pinturas de 1911. Este diálogo entre su obra pasada y presente, la subversión de los géneros y la reflexión sobre los límites de la representación sintetiza una trayectoria marcada por la búsqueda incansable de un lenguaje profundamente personal, pero, a la vez, capaz de emocionar la mirada del otro.
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Author : (abc)
Publish date : 2024-11-26 11:07:44
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