Antonio Literes nació en Artà (Mallorca) y a finales del siglo XVIII entró a formar parte de la Capilla Real (Madrid) como violón (violonchelo), seguramente por intermediación de su paisano Juan Massanet , capellán del Altar del Rey. Su obra se vincula mayoritariamente a la música dramática antes que a la litúrgica, posiblemente por la importancia y prestigio que tuvo el maestro José de Torres en este campo, además de por ocupar un rango superior a él en la Capilla Real. Pero ambos dieron un gran impulso a la cantata, como también compartieron el encargo de reponer y renovar el repertorio musical perdido en el incendio de la Nochebuena de 1734. ‘Los elementos’ ha contado con dos grabaciones ( López Banzo, Magraner ), que abrieron el camino hacia esta, que desde un principio nos pareció pedir desesperadamente el disco : no es posible que tanta belleza se pierda en el frágil baúl de la memoria o el desconocimiento de quienes no asistieron (sólo media entrada para un verdadero acontecimiento). Qué frescura, qué coherencia, que altísimo nivel… Para empezar, al contar con cuatro cantantes muy jóvenes , que en poco tiempo se han convertido en referencias de una generación verdaderamente preparada , llena de musicalidad y con ganas de reverdecer el panorama vocal español, en este caso el femenino. Hemos oído anteriormente a tres de las cuatro cantantes, y a todas ellas les hemos dedicados nuestros más sinceros elogios; así que aquí no había sorpresa. Tampoco en la obra, ni en el buen hacer de los hermanos Zapico. El entusiasmo desbordante de todos cuantos asistimos a esta velada fue por oír a cada una de estas voces con un brillo, una lozanía, un mimo en el canto extraordinario. Jone Martínez (Aire) y Lucía Caihuela (Tierra) abrían vocalmente la «ópera armónica al estilo italiano», y ya desde ahí comenzaba el encantamiento. Martínez encontró en el Aire un elemento afín a su elegancia, naturalidad y sobre todo un registro verdaderamente bien timbrado, que sabe presentar con gusto desgranándolo como perlas en cualquier vocalización o melisma; o como en este primer encuentro, con el trinar de los pájaros, gusto que compartió con Caihuela. Su presentación individual vino con el recitado ‘El Aire soy’ , seguramente lo más cerca de un recitativo como lo entendemos hoy, introducido también por una escala que ascendía como un tornado, para luego dejarse llevar por una expresividad convincente, de soplo refinado lejos de la tierra, escoltada por el violín de Jorge Jiménez , otro actante capital en el éxito de la obra; pero insistimos en que fue una interpretación magistral sobre una partitura que rezumaba inspiración y acierto en cada compás. ‘Ay, amor’ es una arieta sin recitado previo, pero que aprovechó Martínez para otro recital de canto, esta vez acompañada por los dos violines , asumiendo en esta ocasión el papel de Aurora . De igual forma, otro momento de hondura expresiva lo constituyó ‘En brazos del Alba’ , introducida y acompañada por el chelo de Ruth Verona , especialmente profundo en el canto ondulante de la primera y de ámbito más bajo que el resto, lo que no fue un problema para la soprano. El ardor del Fuego lo concentró Pilar Alva desde el recitado ‘Mas si fuese la planta fugitiva’ , evidenciando con él la violencia de su elemento, luego mitigada por la arieta ‘Fuego encendido’ en la que dejó ver las irisaciones de su canto, y donde podíamos vislumbrar ese brillo y distinción que también hemos señalado en Martínez; pero también lo hacía sobre un ritmo animado, diríamos que netamente español, en el que el metro ternario refulgía como nunca (un ritmo considerado como ‘conservador’), pero en cuyo interior se alojaba cualquier combinación métrica que se presentase, incluidas las ‘hemiolas’ -una quiebra rauda del ritmo- sobre todo en su acentuación. Así que esta ruptura entre el recitado, ya de por sí novedoso, por lo italianizante, como por su carácter preparatorio, ambos eran elementos que rompían con la tradición. Y el movimiento alcanzado era tan irreprimible que el mismo director no pudo evitar llevarlo ostensiblemente con el pie, al compás de la torrencial métrica. Todavía pudimos oír a Alva en ‘Sedienta de influjos’ , que contenía una rica e inspiradísima coloratura sobre ‘ardores’, que luego repetiría el violín de Jorge Jiménez en otra intervención deslumbrante. Hemos oído a Caihuela con la OBS, tanto dirigida por Adrián Linares como por Alfonso Sebastián . Pero quizá porque los records no se baten en casa, sino junto a otros, a la mezzo no la habíamos oído con tal intensidad hasta ahora, aunque en su momento comentáramos que no se podía más allá. Su registro se henchía de naturalidad evitando cualquier efectismo, incluso cuando tenía que alcanzar graves comprometidos; y ni aún así engolaba ni la dejábamos de entender cuanto cantaba. Gráciles agudos, expresión ora intensa, ora serena, desde el mismo recitado ‘No podrá’ , al que siguió un festivo ‘De flores vestida’ , que a pesar de este carácter lúdico no evitaba plantear graves expuestos, que la mezzo superó con naturalidad. Y todavía como Tiempo la oímos subrayar el énfasis que Literes puso sobre la palabra ‘fallece’ con un apenado descenso cromático sobre sus sílabas, lamento inmediatamente imitado por el violonchelo, como hemos dicho, un acompañante providencial en sus intervenciones. Soraya Méncid , nuestra nueva reina del Concurso de Voces Jóvenes de Sevilla fue el Agua , rol que nos cautivó desde su recitado inicial (‘Y al rápido sonido de mi aliento’) , precisamente con escalas vertiginosas ascendentes, como rayos, para caer en una arieta (‘Olmo apacible’) donde un canto bien templado y sereno equilibraba las sombras con el sol. No estuvo sola: el acompañamiento de la chelista ahondaba en la sensación cantada por Méncid, sin que olvidemos que se trataba de una música bellísima, de gran intimidad a la vez que intensidad . Sin duda la arieta ‘Suenen los clarines’ le viene a Méncid como anillo al dedo, ya que desde un pasaje casi bélico en los extremos del aria debe alternarlos con los ‘dulces violines’ en la sección central, un brusco cambio de registro que conlleva el consiguiente peligro. Pero el más evidente lo tuvo la coloratura sobre ‘clarines’, que la soprano supo marcar perfectamente; incluso la vimos coger aire antes de distribuirlo equitativamente sobre la ‘i’, para articular con claaridad la vocal a la alta velocidad requerida. Parece mentira que dos violines, un chelo y un contrabajo, junto al clave, guitarra y tiorba de los Zapico se consiguiese un conjunto en el que hubiera sobrado un instrumento más. El equilibrio entre sí y con las voces fue extraordinario, y al margen de la providencial dirección de Aarón Zapico , el trabajo de Jiménez fue inconmensurable. Hemos subrayado su trabajo junto a las cantantes, pero en los intermedios musicales estuvieron igualmente sublimes. La obra es una maravillosa adaptación de la música al texto, de manera que la fluidez de uno coincidiera con los acentos del otro. No hubo escenificación ni siquiera ‘semi’, pero sí hubo detalles como que cada cantante fuese vestida con un color que la relacionara con su elemento: el Aire, blanco, el Fuego, rojo (que sería casualidad, pero el pelo rubio y ondulado de Alva podría pensarse como llamas), el Agua entre azul y verde, y la Tierra, marrón. De igual manera, hubo interés en que tanto la música como los movimientos de las cantantes diesen la imagen de continuidad entre recitados y arietas , e incluso entre estas y las siguientes, a veces permaneciendo las cantantes en el escenario cuando la siguiente cantante ya estaba en él o ya se había ido. Como siempre, esta maravilla hubiera sido otra cosa sin los sobretítulos , que siempre nos gusta agradecer. Y no sabemos de los intríngulis de las grabaciones , pero nos gustaría tanto que esta conjunción interestelar no se la llevara el viento… (ni el fuego, ni el agua ni la tierra siquiera).
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Author : (abc)
Publish date : 2025-01-19 02:13:16
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